LA MOTIVACIÓN DEJA HUELLA, LA FALTA DE ELLA EN NUESTRA LABOR DOCENTE MARCA
Para
iniciar a relatar mi experiencia como docente en cuanto a la
motivación, pienso que es importante exponer la realidad en nuestro
entorno como maestros, la desmotivación la encontramos en cada aula
sea virtual o presencial, en muchos escenarios bien sea por la edad,
época o tiempo en el que estén los niños, jóvenes o adultos; la
clave es que como magos ancestrales que es lo que en ocasiones
debemos ser, apliquemos nuestra magia en cada aula. Que nuestras
pócimas pedagógicas surtan el efecto maravilloso y deseado en cada
mente, que cada espíritu sea transformado por obra de una enigmática
fuerza suprema; en este caso nuestro quehacer pedagógico.
El
caso del que les quiero hablar hoy es el de un colegio privado, de
estrato dos ubicado en la localidad de suba con jóvenes entre los 14
y 18 años de los grados de noveno, décimo
y once. La desmotivación de estos jóvenes tiene varias fuentes,
entre ellas los problemas familiares, económicos, sentimentales y el
factor más incidente, no tienen sueños, han perdido este
maravilloso don y ello ha llevado a su cerebro a tener pensamientos
pequeños, no se ha incentivado en ellos una mentalidad resiliente.
Con
ellos el trabajo inicial fue de aumentar su autoestima, ni siquiera
el de hacerlos querer la materia que dictaría, la cual era inglés,
tema difícil pues es una de las materias a la que estos jóvenes por
diversas circunstancias más huyen; cuando inicié, los estudiantes
tenían por costumbre no ingresar a las clases, simplemente se
quedaban fuera de las aulas sin importar las consecuencias pues de
hecho no las había. Al llegar a este colegio y ver ello empecé a
analizar la situación general e individual de cada curso, el por qué
no entraban y como podría hacer para que por lo menos ingresaran a
la clase y se mantuvieran en ella; el punto clave en ese momento era
la autoestima, empoderarlos para que se sintieran lo suficientemente
capaces de presentarse a las clases y querer estar allí.
Se
realizo una reunión por cada curso en el parque, el lugar que más
frecuentaban y donde estaban cuando no asistían a las clases, fui a
ellos y les hable de cómo sería la clase y les pregunte por sus
expectativas y el por qué no les podría gustar esta materia, de
allí se extrajo mucho material para intervenir y lo primero que se
hizo fue crear un sistema de motivación; para ello se inició con la
nota, pues era lo que más les preocupaba; al comenzar cada clase los
estudiantes tendría un 100% tan solo por estar allí y funcionó
pues todos sin excepción entraron. Para mantenerlos les explique que
esta nota ya la habían ganado pero que la perderían si se salían
del aula y que iría disminuyendo si no participaban en clase, si no
realizaban las actividades o si tenían actos irrespetuosos; estas
reglas aplicaban tanto para ellos como para mí.
Se
llegó a acuerdos de convivencia dentro del aula y una vez captada su
atención de estar en la clase, me propuse hacer de cada una de ellas
algo inolvidables, para que luego ellos por sí mismo no quisieran
faltar; se inició con un proceso de empoderamiento de cada
asistente, felicitándolos por cada trabajo hecho, por mínimo que
este fuera, todo era aplaudido y valido desde buscar una palabra en
el diccionario hasta crear una composición, respetando el ritmo de
cada uno de ellos.
El
desarrollo de las clases empezó de manera muy lúdica, por ser
muchachos de los grados más altos, eran tratados casi como adultos,
olvidándonos que se trataba de jóvenes menores de edad; por ello se
decidió darles una mirada más acorde a su edad, desarrollamos
clases didácticas con rompecabezas, dinámicas, carteles,
ilustraciones, obviamente todo ello acorde a la enseñanza del grado
en el que se encontraban y el mayor éxito lo encontré en las tomas
de apuntes y uso de los cuadernos que es lo que más pereza les
propiciaba, inicié escribiéndoles notas motivantes y personalizadas
en cada cuaderno y caritas felices, las cuales si al final del
periodo sumaban más de diez obtendrían una nota muy alentadora; era
muy bonito ver a muchachos altos y grandes peleándose en un salón
por sus caritas felices, realizando un esfuerzo extra en un escrito
para obtener una anotación con su nombre y con el reconocimiento a
su esfuerzo. Hoy estoy segura que muchos de ellos no han votado
estos apuntes.
De
este manojillo de muchachos y chicas, muchos volvieron a soñar con
seguir sus estudios universitarios, otros aprendieron que podían
lograr miles de cosas con empeño; el nivel de esta área en esa
institución se elevó en un 90%, no por mi labor sino por la de
ellos, que dieron lo suficiente en sus pruebas y la mayoría de los
muchachos de once de ese año quisieron estudiar idiomas.
Fue
una experiencia gratificante que inicio con un método conductista
para captar la atención de quienes estaban ya adaptados a ese medio
y poco a poco comprendimos que la pasión y los sueños existen y son
más validos que las circunstancias que nos rodean, aprendimos que la
vida está hecha de posibilidades y no de desventuras. Creo con
firmeza que si logramos cambiar un hombre, cambiamos una generación
entera, por ello la premisa con la que cada mañana inicio mi labor
pedagógica es la de “guiar hombres y mujeres con vocación de libertad para que elijan con sabiduría” y
con ello conseguir una nueva generación que no haya sido marcada por
las malas prácticas pedagógicas, sino una generación en la que ha
quedado una huella imborrable que duplicaran en otros para un futuro
más digno y humano para todos; desde nuestra labor docente, sí
podemos cambiar el mundo; pues cambiando vidas cambiamos el universo.
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